domenica 22 aprile 2012

Diario de un tejedor 10: he decidido dejarme bigote



Harto de mi invariable aspecto de niño bueno, decido dejarme bigote. Y nada mejor que adoptar el modelo de bigote popularizado por uno de mis pintores favoritos, Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech.

-Ángela, ¿cómo se hace un bigote tejido?
-Es muy sencillo.
-¿Conoces algún patrón?
-No me hace falta un patrón, no tiene ningún misterio, ¿cómo lo quieres?
-(Tras esbozar una sonrisa de ‘orgulloso de mi novia’, sea como sea esa sonrisa) ¿Qué cómo lo quiero? Pues un bigote de Dalí.
-¿De Dalí, estás seguro?
-¿Qué pasa, tan mal crees que me va a quedar? (Silencio), ¿eh, qué dices? (Ángela sigue sin responder durante unos segundos, pero me dedica una de sus inconfundibles miradas que significan “mejor no respondo”. Yo intento que no se me note, pero en el fondo ha herido mi orgullo)


Días después, tras dejar que Ángela elija lana y agujas, me explica cómo se hace. Primero debo tejer vueltas de tres puntos (i-cord). Yo, demostrando lo atrevida que es la ignorancia, pienso que entonces no voy a tardar nada, que está hecho. Minutos después me doy cuenta del error. Cuando voy a tejer el segundo punto, invariablemente se me sale de la aguja el primero. Si trato de sujetar el punto ya tejido, se me sale el que voy a tejer. En algunas ocasiones, pocas, consigo tejer dos puntos del tirón. Ya estoy sonriendo satisfecho de mi logro cuando veo como esos dos puntos y el tercero que acabo de tejer se salen todos juntos. En momentos como esos pienso que los puntos tienen vida propia, que son duendecillos traviesos que disfrutan riéndose de mí.

Sólo son tres puntos por vuelta, cinco en la parte más gruesa. Además, es todo punto del derecho. Lo que ocurre es que las agujas son las más finas que he empleado hasta entonces y me cuesta una barbaridad dominarlas. Así que dos son las conclusiones que he sacado de este proyecto: es mejor que no me deje bigote y debo evitar los proyectos que requieran de agujas pequeñas. Aún me queda mucho por aprender. Eso sí, la única diferencia entre un tejedor experto y yo es que yo no soy un tejedor experto.


Hubo momentos de desesperación, desaliento, desánimo, abatimiento... [sí, he consultado el diccionario de sinónimos], además de los habituales ruegos para que me ayudara con esos puntos rebeldes cuyo mayor divertimento es saltar de la aguja. Incluso dice Ángela que, en pleno delirio, le rogué que me clavara una aguja Clover en el corazón para acabar con el sufrimiento. Pero al final lo logré, terminé mi bigote y se lo entregué a Ángela, que le introdujo el alambre necesario para que mantenga la forma deseada. [Así tenemos divididas las tareas domésticas, ella pone alambres en los bigotes tejidos y yo cocino].

Una vez completado el proyecto, corrí como un niño pequeño al espejo a probármelo y a ensayar caras de alocado genio de Figueres. El matiz de Figueres es lo que peor se me da. Me gusta tanto llevarlo que hasta he pensado dejármelo puesto indefinidamente. El único problema es que si me presento con este aspecto en algún control fronterizo y muestro mi actual foto de DNI, es posible que no me dejen pasar. Ahora bien, si me preguntan si tengo algo de valor que declarar, tengo clara la respuesta: todo yo (y mi bigote daliniano).


Aquí lo dejo, pero recordad que esta no es más que una parte infinitesimallllll de mi enorrrrrrme talento, y que para surrealista, yo luchando con tres puntos que no paran de salirse.


Y aquí tenéis a mi particular Gala, a la que he prestado mi bigote daliniano. Asumo que me robará todo el protagonismo, pero es lo justo en vista de que ella también contribuyó.


Datos técnicos:
Katia Capri.
Agujas de Doble Punta La Maison Bisoux - 18 cm (3.0 mm).



lunedì 16 aprile 2012

Nace Un planeta de sonidos


Blog dedicado a la música del planeta Tierra, a la espera de conocer la de otros planetas. De Palestrina a Carl Craig, de Bach a Radiohead, de Wagner a Fela Kuti. Y sí, me interesa el 4’33 de John Cage tanto como el Martín Buscaglia.


EL AUTOR:

Soy Santiago Tadeo Cervera. Eso quiere decir que soy todas estas cosas (y ninguna de ellas exactamente):
Pinchadiscos ecléctico. Noctámbulo. Tejedor principiante. Enamorado de Woody Allen (de sus películas, quiero decir). Director de contenidos de Acid Jazz Hispano. Devorador compulsivo de gofres. Licenciado en Comunicación Audiovisual. Cantante de musical frustrado. Copropietario de la tienda La Maison Bisoux. Pésimo imitador de Humphrey Bogart. Pianista. Mi vida es más complicada desde que leí Cien años de soledad. Ocasionalmente asocial. Mi vida es aún más complicada desde que leí Rayuela. Adoro la belleza de Leonor Watling, María Valverde y Aida Folch (si eres una de ellas, tienes el contacto debajo). Aspiro a ser profesor de música. No he vuelto a ser el mismo desde que me regalaron Tourist, de St German. Seguramente ahora sea peor. Me cuesta dejar de mirar las obras de Escher y El Bosco. Ciclista frustrado. Quiero que se me recuerde por esta frase: “dentro de tres mil años, sólo unos pocos eruditos distinguirán el canto gregoriano y el techno”. Novelista frustrado. Tímido los días pares y vísperas de festivo. Suelo pensar que mi opinión sobre cine y música es más válida que la de los demás, aunque sepa que no es cierto. Generalmente cobarde, salvo para dar mi opinión sobre cine y música. Sólo he escrito una poesía que me pareció muy mala. Actor frustrado. Incapaz de mantener mi mesa ordenada. Lloro mucho con la ficción. Hasta lloré tras ver un capítulo de Futurama. Saltimbanqui  frustrado. He dirigido unos cuantos cortos que me parecieron bastante flojos. El próximo será mejor. Siento simpatía por la gente que se llama como yo. Me presenté aquí y aquí. Poco solidario. No he leído nada de Paul Auster, ni he visto ninguna película de John Cassavetes ni he escuchado disco alguno de Charlie Parker. Sí me avergüenzo. No tengo móvil. También soy otras cosas que quizá no sea prudente dejar por escrito*.
*Si los defectos más evidentes están hacia el final es para no causar una mala primera impresión.

mercoledì 4 aprile 2012

Diario de un tejedor 9: mi primer gorro



Hay un viejo proverbio chino, escrito por un sabio filósofo que vivió hace más de mil años, que dice lo siguiente: “cualquier gorro que Santiago Tadeo Cervera se ponga le quedará mal”. Cómo pudo saber mi nombre tantos años antes de que yo naciera es algo que desconozco, pero ya podéis comprobar que acertó. A pesar de que conocía el proverbio ―me tocó una vez en una galleta de la suerte―, acepté la propuesta de Ángela de tejer un gorro. De modo que tras el cuello y la asombrosamente exitosa bufanda, emprendí este tercer proyecto. Soy así de duro.

Como de costumbre, Ángela me va guiando a partir de un proyecto que tiene en mente y yo ejecuto sus órdenes con una mezcla de torpeza y diligencia. En algunos momentos me siento como Salieri cuando Mozart le dictaba los primeros compases del Réquiem en Amadeus. Sólo puedo maravillarme ante lo claro que tiene el proyecto y la suerte que tengo de ser testigo (y responsable) de su creación. Si a eso sumamos que ella corrige todos mis errores, que siguen siendo más numerosos de lo que me gusta reconocer, a veces tengo la sensación de que lo que tejo es más suyo que mío. 


Fue la primera vez que empleé agujas circulares, proceso novedoso para mí que me mantuvo entretenido unas cuantas vueltas. No obstante, tener que completar vueltas de 128 puntos fue resultándome cada vez más largo y tedioso. Pero justo cuando tejer un gorro empezaba a poner a prueba mi paciencia, llegó el punto, perdón, el momento, bueno sí, el punto, en el que Ángela me dijo que podía empezar a disminuir. ¡Oh, qué maravilla, qué gran invento! Tejer dos puntos de una vez, de manera que progresivamente quedan menos puntos por tejer. 120 puntos la siguiente vuelta, luego 112, 104, 96..., así hasta terminar con 8. Qué sensación tan agradable la de ir tardando cada vez menos a medida que avanzaba. Eso sí, tener ocho marcadores por vuelta era un pelín incómodo. En fin, alguna vez tenía que darle utilidad a los marcadores que yo mismo hago.

Pero no, no fue todo tan sencillo. Cuando las vueltas eran ya pequeñas y la aguja circular dejó de ser lo más práctico, Ángela llegó con agujas de doble punta. Pensé que sería para uno de sus complejos proyectos, pero no, era para mí. Aún recuerdo la primera vez que la vi tejiendo con cuatro agujas, hace ya varios años. Recuerdo muy bien qué pensé: “madre mía, qué cosa más delicada, cuatro agujas en ángulos de 90 grados, todas juntitas, menos mal que a mí no se me ocurrirá jamás tejer”. Y ahí estaba yo, mudando los puntos de la aguja circular a un total de..., sí, cuatro agujas, dispuestas exactamente igual que cuando entraron en mi vida.


Quizá sea más práctico y más rápido, lo sé. Pero eso de ir tejiendo en una aguja, luego en otra, y tener cuidado de que no se muevan las otras y se salgan los puntos, y todo en un espacio tan reducido, debe ser lo más parecido que existe a operar a corazón abierto. Tienes que estar pendiente de todo:

-Tensión de los puntos.
-Estable.
-Puntos por minuto.
-Estable.
-Está bien, enfermera, páseme la aguja de doble punta.
-Aquí tiene, doctor.
-Tengo que salvar este gorro, si sale mal, no me lo perdonaría nunca.
-Tenga cuidado, doctor, se ha saltado un punto.
-¡Maldita sea, estoy perdiendo muchos puntos!
-¡Reduzca, tiene que reducir, más rápido!
-¡No, no salen las cuentas, debería haber cinco puntos y hay seis!
-¡Se lo dije, tiene que reducir de nuevo!
-No, por favor, responde, gorro, vuelve a la aguja, vuelve.
-Déjelo, doctor, ya es demasiado tarde, ha tejido todo lo que ha podido.

Y eso es lo que pasó. Quería tejer un gorro, pero descuidé tanto la tensión en algunos momentos que el resultado se parece más a una boina. Importa poco, es cierto, porque de todas formas me iba a quedar mal. Además, quizá haya inventado la ‘gorroina’, un aberrante cruce entre gorro y boina digno de la isla del Doctor Moreau. Así que, sin más dilación, os dejo con las fotos del auténtico protagonista de esta entrega, el gorro, o la gorroina, o lo que quiera que sea.





Música escuchada durante la realización del proyecto:
The King Of Limbs, de Radiohead.
Das Lied Von Der Erde, de Gustav Mahler, dirigida por Leonard Berstein.
Plays Nat King Cole En Español, de David Murray.
Carnaval des animaux, de Saint-Säens, con la London Sinfonietta y la Philharmonia Orchestra.