A las 03:05 del Domingo 22 de Enero del 2012 concluí mi primer proyecto, un cuello. Quedaría muy bonito afirmar que sentí una enorme euforia, una gran satisfacción por ver el resultado, pues eso es lo que pensaba que ocurriría mientras lo realizaba. Pero no, no fue así. Sentí alegría, sí, pero una vez terminado me pareció de lo más natural y empecé a pensar en mi siguiente reto tejeril. Y es que convivir con una persona que termina un jersey en dos días si se lo propone ayuda mucho a relativizar lo que uno hace.
Ha sido un proceso largo que ha puesto a prueba mi paciencia y, para qué negarlo, tedioso en ocasiones. Lo más importante, no obstante, es que me ha descubierto una nueva concepción del tiempo. No tejía durante unas horas, sino durante un número limitado de vueltas, las que podía realizar hasta sentir que mi cerebro se había recalentado en exceso. Por otra parte, las horas no se medían en minutos, sino en número de vueltas completadas, cifra que, a pesar de ir aumentando a medida que avanzaba, siguió siendo muy baja. Para colmo, terminada cada vuelta, me quedaba contemplando un rato la nueva línea, evaluando si los puntos eran más o menos regulares y comprobando, con escaso éxito, que no me había saltado ningún punto.
Todo aquel que conozca a un tejedor sabrá que las cosas nunca ocurren inmediatamente. Hay que esperar “una vuelta más”. Vuelta adicional que, si uno se descuida, acaban siendo dos, tres, cuatro... Estaba ya preparando mi dulce venganza, saboreando el momento en el que Ángela me dijese, “prenda, ven un momento”, para poder responder con una enorme sonrisa: “una vuelta más y voy”. Pero claro, al ritmo al que tejo, tardaría tanto en acudir que ella ya habría olvidado el motivo de su llamada. Al menos comprendí por qué es imposible dejar las agujas sin terminar la vuelta empezada: tampoco yo lo logré. Si hubiese que evacuar urgentemente un local en el que se reuniesen tejedores, estos sólo se levantarían una vez concluidas sus respectivas vueltas.
La peor parte de mi inexperiencia es que los puntos estén demasiado cerca del extremo de la aguja, de modo que pueden salirse sin querer, o que estén demasiado lejos y tenga que tirar hasta sacarlos. No consigo aún mantenerlos en una posición intermedia, y algo similar me ocurre con la aguja de la mano derecha. La parte buena, en cambio, es tener a Ángela disponible para solucionar mis múltiples errores y tejer con ella, los dos juntos en el sofá. ¿No imagináis lo tierna que es la imagen? Pero lo mejor de todo es notar su sonrisa cuando me mira de reojo, aún sorprendida por verme con las agujas en la mano: hace menos de un mes ella ni siquiera podía sospechar que yo aprendería a tejer. ¡Ah!, y no debo olvidar que ha sido la primera vez en mi vida que coso, paso necesario para juntar los dos extremos del cuello. Cuantas sensaciones nuevas en cuestión de semanas.
Antes de despedirme hasta la próxima entrega, quiero presentaros el primer punto que me salté:
Ya he desarrollado una mirada láser que me permite identificar ese punto saltado en décimas de segundo, incluso a metros de distancia del cuello. Hasta le he cogido cariño: al fin y al cabo, es el primero de muchos que vendrán, el ‘punto saltado fundacional’. Y ahora sí os dejo, que alguien tiene que ponerse un cuello al ídem y presumir con él.
Música escuchada durante la realización del cuello:
Duo, de Bugge Wesseltoft y Henrik Schwarz.
The Seven Last Words Of Jesus, de Haydn, dirigido por Paul Angerer.
Forever, de Chick Corea, Stanley Clarke y Lenny White.
Recomposed – Mahler Symphony X, de Matthew Herbert.
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