martedì 31 gennaio 2012

Diario de un tejedor 6: semana tejeril

No, no siempre llevo una aguja en la oreja. 
(Nota: en mi imaginación esta foto quedaba mejor)

Lunes 23:

15:20 Me preparo para ir a las clases del Máster. Además de bolígrafos y cuadernos, meto en la mochila mi recién estrenado cuello.

21:00 Concluida la última clase, me pongo el abrigo y acto seguido el cuello, todavía en el aula, con la esperanza de que alguien se fije y pueda decir “pues lo he hecho yo”. Nadie lo mira siquiera y vuelvo a casa compungido.

Martes 24:

Mañana: Por primera vez en mi vida, me enfrento al siguiente dilema: qué madejas elegir para mi siguiente proyecto. Descubro la emoción y responsabilidad de seleccionar color, calidad y marca. Finalmente, asesorado por Ángela, me decanto por Abuelita Merino Worsted – American Rose y Abuelita Merino Worsted – Silent Rain. En cuanto a las agujas, sigo fiel a Clover Bambú - Takumi 23cm.

Ángela ha creado un diseño de bufanda expresamente para la ocasión: ese será mi segundo proyecto tras mi desigual cuello. Eso sí, no quiere adelantarme nada, me irá informando a medida que lo vaya tejiendo. Misteriosa manera de realizar una bufanda de punto.

Tarde: me quedo dormido tras montar una veintena de puntos. Dormido sentado en el sofá con las agujas en la mano. Está bien, tenía un amenazante principio de resfriado y me había levantado a las cinco de la mañana, pero sigue siendo algo insólito para mí. O bien es cierto que tejer relaja, o bien tengo un principio de vejez prematura.

Miércoles 25:

11:52 Ángela me dice cómo debo tejer la bufanda ―un punto tejido y otro saltado― y se va al cuarto contiguo a colocar los nuevos ovillos de Holst Gran Samarkand que acaban de llegar.

11:59 Llamo a Ángela porque se me han salido dos puntos de la aguja y entro en pánico. Viene.

12:01 Llamo a Ángela porque no recuerdo si toca saltarme el punto o tejerlo. Viene.

12:04 Llamo a Ángela porque no sé si he hecho bien un punto. Viene.

12:08 Llamo a Ángela porque he vuelto a olvidar si debo saltarme el punto o tejerlo. Viene.

12:13 Llamo a Ángela porque llego a una parte muy confusa y no distingo el punto. Viene.

12:15 Llamo a Ángela porque se ha salido un punto de la aguja y no sé si ya lo he tejido o no. Viene.

12:17: Llamo a Ángela porque no sé qué debo hacer con el último punto de la vuelta. Viene.

12:17 Ángela, incomprensible e injustamente, me dice que soy un quejica y que debo empezar a ser más autónomo. No viene.

12:18: Voy al cuarto contiguo con las agujas y pongo cara de pena.
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21:00 Tras las clases del Máster, vuelvo a ponerme el cuello antes de salir al exterior y vuelve a ser asombrosamente ignorado por el resto de mis compañeros.

Jueves 26:

21:00 No falta el cuello entre mis prendas para protegerme del frío granadino. ¿Os podéis creer que nadie se fija en él ni alaba su maravilloso acabado?

Viernes 27:

Acudo a mi segunda reunión de Alhambra Knits. Está también Jose Ángel, especialista en ganchillo. Se acerca al lugar en el que estoy y me dice que ha venido desde Jaén para que no sea el único hombre. ¡Gracias! [Pero que conste que yo solito entre mujeres siempre he estado muy bien, faltaría más]. Personas amables y generosas me dicen que disfrutan leyendo mi diario: aprovecharé este espacio para dar las gracias a los que tienen a bien leerme.

Sábado 28:

Sueño que leo la siguiente noticia en un periódico: la casa en la que vivimos debe ser desalojada, porque los cimientos fueron creados con ganchillo defectuoso. La noticia continuaba con absurda terminología que ya no recuerdo, pero lo curioso es que se trata de mi segundo sueño ‘laborioso’ en cuestión de semanas. ¿Qué será lo próximo?, ¿cruzo el Atlántico en un barco de punto?, ¿hago una sopa de agujas intercambiables de doble punta?

Domingo 29:

Continúo tejiendo la bufanda. Próximamente más información.

Lunes 30:

21:00 Salgo del máster. ¿Sabéis lo que os digo? No necesito que nadie se fije en las cosas que tejo. Yo tengo más personalidad que eso.

mercoledì 25 gennaio 2012

Diario de un tejedor: mi primer proyecto terminado



A las 03:05 del Domingo 22 de Enero del 2012 concluí mi primer proyecto, un cuello. Quedaría muy bonito afirmar que sentí una enorme euforia, una gran satisfacción por ver el resultado, pues eso es lo que pensaba que ocurriría mientras lo realizaba. Pero no, no fue así. Sentí alegría, sí, pero una vez terminado me pareció de lo más natural y empecé a pensar en mi siguiente reto tejeril. Y es que convivir con una persona que termina un jersey en dos días si se lo propone ayuda mucho a relativizar lo que uno hace.

Ha sido un proceso largo que ha puesto a prueba mi paciencia y, para qué negarlo, tedioso en ocasiones. Lo más importante, no obstante, es que me ha descubierto una nueva concepción del tiempo. No tejía durante unas horas, sino durante un número limitado de vueltas, las que podía realizar hasta sentir que mi cerebro se había recalentado en exceso. Por otra parte, las horas no se medían en minutos, sino en número de vueltas completadas, cifra que, a pesar de ir aumentando a medida que avanzaba, siguió siendo muy baja. Para colmo, terminada cada vuelta, me quedaba contemplando un rato la nueva línea, evaluando si los puntos eran más o menos regulares y comprobando, con escaso éxito, que no me había saltado ningún punto.


Todo aquel que conozca a un tejedor sabrá que las cosas nunca ocurren inmediatamente. Hay que esperar “una vuelta más”. Vuelta adicional que, si uno se descuida, acaban siendo dos, tres, cuatro... Estaba ya preparando mi dulce venganza, saboreando el momento en el que Ángela me dijese, “prenda, ven un momento”, para poder responder con una enorme sonrisa: “una vuelta más y voy”. Pero claro, al ritmo al que tejo, tardaría tanto en acudir que ella ya habría olvidado el motivo de su llamada. Al menos comprendí por qué es imposible dejar las agujas sin terminar la vuelta empezada: tampoco yo lo logré. Si hubiese que evacuar urgentemente un local en el que se reuniesen tejedores, estos sólo se levantarían una vez concluidas sus respectivas vueltas.

La peor parte de mi inexperiencia es que los puntos estén demasiado cerca del extremo de la aguja, de modo que pueden salirse sin querer, o que estén demasiado lejos y tenga que tirar hasta sacarlos. No consigo aún mantenerlos en una posición intermedia, y algo similar me ocurre con la aguja de la mano derecha. La parte buena, en cambio, es tener a Ángela disponible para solucionar mis múltiples errores y tejer con ella, los dos juntos en el sofá. ¿No imagináis lo tierna que es la imagen? Pero lo mejor de todo es notar su sonrisa cuando me mira de reojo, aún sorprendida por verme con las agujas en la mano: hace menos de un mes ella ni siquiera podía sospechar que yo aprendería a tejer. ¡Ah!, y no debo olvidar que ha sido la primera vez en mi vida que coso, paso necesario para juntar los dos extremos del cuello. Cuantas sensaciones nuevas en cuestión de semanas.

Antes de despedirme hasta la próxima entrega, quiero presentaros el primer punto que me salté:


Ya he desarrollado una mirada láser que me permite identificar ese punto saltado en décimas de segundo, incluso a metros de distancia del cuello. Hasta le he cogido cariño: al fin y al cabo, es el primero de muchos que vendrán, el ‘punto saltado fundacional’. Y ahora sí os dejo, que alguien tiene que ponerse un cuello al ídem y presumir con él.

Música escuchada durante la realización del cuello:

Duo, de Bugge Wesseltoft y Henrik Schwarz.
The Seven Last Words Of Jesus, de Haydn, dirigido por Paul Angerer.
Forever, de Chick Corea, Stanley Clarke y Lenny White.
Recomposed – Mahler Symphony X, de Matthew Herbert.

lunedì 16 gennaio 2012

Diario de un tejedor: mi primera reunión de Alhambra Knits



El viernes 16 de Enero viví uno de los momentos clave de (casi) todo tejedor: acudir a un encuentro. Lo tenía fácil, puesto que en Granada acababa de ponerse en marcha Alhambra Knits, el más reciente de múltiples grupos que estuvieron activos en la ciudad alguna vez. Ahora bien, tenía una razón adicional para acudir precisamente a este grupo: yo le puse nombre. También cuenta que, inicialmente, lo organizó La Maison Bisoux, pero el encuentro es de todo aquel que quiera acudir y me complació comprobar que las decisiones se toman democráticamente.

Pero vayamos con el relato del encuentro por orden de prioridades. Fue la primera vez que estuve rodeado de más de una decena de mujeres. Lo que no ha conseguido mi atractivo durante 28 años lo he logrado con una semana de tejedor. Está bien, ninguna acudió por mí, no poseo ese poder de convocatoria [de hecho, pasé más bien desapercibido], pero dejadme que lo considere un hito igualmente. Ser el único hombre ―creo que es la primera vez que me autocalifico así― en un grupo tan amplio de mujeres suscitó miradas entre extrañadas y socarronas por parte de los que pasaban cerca de nuestras mesas. No obstante, además de que eso no supone un problema para mí, es algo a lo que estoy acostumbrado: en mi vida predominan las (buenas) influencias femeninas. Tengo más amigas que amigos, mis profesores más inspiradores han sido mujeres en su mayoría... En muchos aspectos, siempre me he sentido cerca de la sensibilidad femenina. Es más, la ruptura de las fronteras y los roles genéricos me parece un buen objetivo que perseguir, una de las maneras más efectivas de luchar contra la desigualdad y el machismo, entre otros males.

Volviendo al encuentro, ahí estaba yo, con mi técnica insegura y lenta, rodeado de personas que tejen a velocidades supersónicas y dominan estilos complejísimos. También había algunas alumnas de Ángela que sólo me llevan unas semanas de ventaja, suficiente para sentirme un pelín más integrado. Quizá ese sea uno de los aspectos más interesantes de estas reuniones, que se junten tejedoras de distintos niveles y se ayuden entre ellas. Me coloqué al ladito de Ángela, para que me resolviese mis muchas dudas y acudiese en mi rescate cuando lloriqueaba desesperado cada vez que hacía algo extraño con las agujas. Estuve algo más de una hora, pero no avancé mucho con mi cuello. En fin, cuando esté terminado le dedicaré la próxima entrega de este diario para que constatéis mis avances.

Unas tejedoras eran encantadoramente extrovertidas, otras también divertidas, algunas tímidas... Yo permanecí en ese tercer grupo, pues nada más llegar me invadió esa timidez en grado máximo que solía padecer y de la que creía haberme librado. Entre eso y que todavía no puedo hablar y tejer al mismo tiempo ―ya iré superando estas limitaciones psicomotrices―, debieron de pensar que no soy muy comunicativo. Para la próxima me prepararé algunos chistes. Así que sí, pienso volver. Me he mostrado habitualmente reticente a formar parte de grupos debido a mi carácter individualista, pero precisamente por eso creo que me vendrá bien. Y quien sabe, quizá algún día yo pueda aportar algo a otro principiante. Por otra parte, la posterior cena en el restaurante La Estrella fue un gran final para la noche y una buena oportunidad para ir conociendo a las tejedoras de Alhambra Knits. También estuvimos planeando nuestra primera acción de ‘Granada enlanada’, pero sobre eso no puedo desvelar nada. En definitiva, todo era novedoso para mí: fue como la primera inmersión en un mundo desconocido pero cuyos misterios te atrapan poderosamente.

Y hasta aquí llega este relato de mi nueva vida lanera que me está afectando más de lo que pensaba. El éxito del diario ya está siendo una estimulante sorpresa. Pero eso no es todo, pues alguna metamorfosis está ya ocurriendo en mi cerebro: hace unas noches soñé que el director de una revista de música para la que colaboré me daba clases de bordado. Desafortunadamente, me desperté justo antes de que empezara la lección, de lo contrario ahora sabría algo más. Días después, celebrando el cumpleaños de Ángela en un restaurante japonés, tenía la impresión de estar cenando con unas agujas Clover en lugar de con palillos. Si hubiera pedido tallarines, quizá podría haberlos tejido.

Muchas gracias a Ángela por la foto, y a Irene por la cámara. No me gusta nada cómo salgo, pero como me noto demasiado vanidoso y presumido últimamente, publicarla será una buena cura. Además, es la que mejor refleja el grado de concentración que necesito para repetir una y otra vez cuatro simples pasos.

mercoledì 11 gennaio 2012

Diario de un tejedor: primera clase




El Domingo 8 de Enero del 2011, Ángela me dio mi primera clase de punto. He aprendido a montar el proyecto y a hacer punto del derecho. Según dice mi querida profesora, he tejido al estilo continental. En dos horas de clase, he conseguido completar seis de las aproximadamente 160 vueltas necesarias para terminar el cuello que he comenzado. En este preciso instante, el sentimiento que predomina en mí es el de admiración hacia todas aquellas personas que ya tejen. No sé cómo pueden tejer sin siquiera mirar o, sencillamente, mantener una conversación mínimamente coherente al mismo tiempo. Las contadas ocasiones en las que yo lo he intentado, olvidaba en qué parte del proceso estaba, o construía frases de sintaxis discutible.

Ingenuamente, pensé que al llevar desde muy pequeño tocando el piano, tendría cierta facilidad para aprender a tejer. Claro que nunca he sido bueno para las manualidades, y parece que esta actividad entra dentro de esa segunda categoría. Supongo que a todos los que se aventuren les parecerá muy complicado al principio, pero esa combinación de giros, cruces, cambios de dirección, precisos movimientos de aguja..., tras varias vueltas podía sentir el calor que desprendía mi cuerpo. Y eso por no hablar de la colección de muecas con la que acompañé cada movimiento. Tengo que controlar ese aspecto si quiero tejer en público. En fin, supongo que ya le iré cogiendo el tranquillo.

El otro descubrimiento, aunque ese ya lo sospechaba, es la extraordinaria paciencia de Ángela a pesar de que tardé varios minutos en aprender los cuatro únicos pasos necesarios para realizar un punto. Paciencia que mantenía intacta incluso cuando, tras más de un centenar de puntos, de pronto olvidaba misteriosamente uno de los pasos. Ahora comprendo por qué sus alumnas salen encantadas de las clases. Eso sí, diré en mi defensa que Ángela me aseguró que sus alumnas aprenden al mismo ritmo que yo, cosa que me hizo sentir un poquito menos torpe. [Nota: no era necesaria, pero es una prueba más de que ‘género’ y ‘capacidad para tejer’ son cuestiones independientes].

Confieso que, durante la segunda hora, cuando enlazaba varios puntos a una velocidad mínimamente aceptable, aunque todavía estuviese a años luz de la que alcanza mi profesora, notaba una rara euforia que hacía tiempo que no sentía. Esa alegría plena, inquebrantable, que a uno le invade al aprender algo nuevo que ha resultado complicado al principio. Sólo por eso mereció la pena el esfuerzo. Pero tampoco quiero exagerar, sólo estoy aprendiendo a tejer, no a realizar trámites burocráticos, que esa sí es una ardua tarea. [Nota: ¿por qué no hay cursos de burocracia? Imaginad: ‘Cómo superar el síndrome Kafka al entregar becas’ o ‘Fotocopias compulsadas. Paso a paso’].

En cierto modo, ha sido como aprender un nuevo idioma, dado que tejer es un lenguaje que no domino. De momento sólo sé decir ‘qué hora es’ y ‘me llamo Santiago’, así que aún me falta mucho para emprender las oraciones más elaboradas. Pero lo más sorprendente de todo fue que, una vez acabada la clase (y la posterior cena para recuperar energía), lo que más me apetecía era volver a coger las agujas. En esa segunda tanda ya fui más eficiente: otras seis vueltas en sólo una hora. ¿No es asombroso?



Parte médico:
Dolor en el cuello.
Dolor en los hombros.
Temperatura corporal cercana a la fiebre.
Pulso alto.
Más que probables agujetas cuando me levante mañana.

Producción:
6 vueltas de un cuello con 37 puntos.

Detalles técnicos:
Agujas: Clover.
Lana: Katia.

Objetivo:
Terminar el cuello en el plazo de una semana, antes de mi próxima clase, en la que aprenderé a cerrar el proyecto.

Impresiones:
Fue uno de esos días en los que, literalmente, no me acuesto sin saber una cosa más.
Estoy impaciente por empezar a presumir con mis nuevas habilidades adquiridas, aunque mi profesora dice que aún me falta mucho para eso.

sabato 7 gennaio 2012

Diario de un tejedor: presentación



En la primera entrega de este diario, os conté mi objetivo: aprender a tejer. Esta segunda entrega, preludio de mi primera clase, la dedicaré a eso tan cortés que es presentarse y, también, a desarrollar algo más mis motivos para tomar esta decisión que me ha sorprendido incluso a mí.

Ángela ya se presentó hace un tiempo, de modo que me toca a mí. Soy Santiago Tadeo Cervera, nací en 1983 y desde entonces llevo luchando con mi timidez. Este diario, de vocación exhibicionista, forma parte de mi terapia auto-impuesta. Soy licenciado en Comunicación Audiovisual y poseedor del título de Grado Medio de música, especialidad piano, y de un título de Máster en Música, por la Universidad Politécnica de Valencia. El cine y la música, como habréis adivinado, perspicaces lectores, son dos de mis mayores intereses. He rodado algunos cortometrajes que es preferible que no vean la luz, durante un tiempo tuve un grupo de música con un amigo, he escrito obras de teatro más o menos divertidas, participé en la creación de audiovisuales para una ópera de Morton Feldman, he cantado en coros y siempre lamentaré no haber podido tocar en una orquesta sinfónica. Una vez toqué en el Palau de la música de Valencia, y ese es el punto culminante de mi carrera como pianista, cosa que no dice gran cosa de mí, lo sé. Olvido algo, seguro, pero será por un buen motivo.

Estos son los trabajos que he realizado, en orden cronológico: barman en un horrible parque de ocio inglés; vendedor de globos y mercadotecnia varia en Disneylandia París; camarero en un restaurante español; pinchadiscos en clubs de buena parte de España, pianista en una sala de Granada y periodista musical. Actualmente soy director de contenidos de la web Acid Jazz Hispano, uno de los responsables de la tienda La Maison Bisoux y alumno del Máster para la formación del profesorado de secundaria. Me encanta el ciclismo, los gofres, el cine de Woody Allen, la quietud de las noches y el realismo mágico. Hablo seis idiomas, pero bien sólo el español, y ni siquiera estoy completamente seguro de eso. Dispongo de bicicleta propia, buena presencia (salvo por las mañanas) y don de gentes (y plantas).

Tejer es una suerte de tradición familiar, al menos por parte materna. Mi madre me contó que mi tatarabuela, de la que no fui contemporáneo, ganó un concurso gracias a unos calcetines tejidos sin costuras. Mi bisabuela, que murió siendo yo muy pequeño, hacía punto y encaje de bolillos. Mi abuela solía hacer punto y ganchillo. Uno de mis últimos recuerdos de ella es verla en el sofá, tejiendo, y quejándose porque se equivocaba. Pero no, no era una queja caprichosa. Tenía Alzheimer y fue una de esas raras ocasiones en las que la enfermedad parecía darle una tregua, en las que hablaba con un resto de lucidez, en las que se daba cuenta de cómo se había deteriorado su salud. Era una queja amarga, angustiosa, imagino que como la que sentimos en las pesadillas en las que no podemos correr, o nos cuesta mucho caminar o realizar cualquier actividad cotidiana. Mi abuela, meses antes de morir, no podía ya tejer sin equivocarse, y posiblemente fue la última vez que se dio cuenta.

Mi madre, interesada por menesteres más intelectuales, apenas si ha tejido, pero sí he tenido la suerte de llevar alguna bufanda creada por ella y más de una vez la he visto con las agujas en la mano. Mientras escribo esto, de hecho, está tejiendo un cuello para mi hermana con una de nuestras hermosas lanas 100% Purewool Fingering. Finalmente, mi novia, Ángela, es la mayor experta en punto y ganchillo que conozco. [Aviso para Freudianos: cuando la conocí y me enamoré de ella no tenía ni idea de que tejiese]. En fin, las mujeres de mi vida tejen o han tejido, la técnica ha estado presente en todas las generaciones, y dado que mi hermana, de momento, no tiene intención de aprender, me toca a mí asumir la responsabilidad de perpetuar tan inofensiva tradición.

Pero no, para qué negarlo, esa no es la razón, nunca me han importado nada las tradiciones familiares. La razón por la que quiero aprender a tejer, además de las cuestiones prácticas ―como poder encargarme mejor de la tienda―, es acercarme aún más Ángela, que sienta que puede compartir conmigo una de sus mayores aficiones. De no ser por ella, si no fuese a darme ella las clases, de ningún modo se me ocurriría adentrarme en este mundo lanero que, muchas personas me lo han advertido ya, es peligrosamente adictivo.

Muchas gracias a tod@s por los ánimos. En la próxima entrega os cuento las impresiones tras mi primera clase.

Diario de un tejedor: reflexiones iniciales




(Yo,  algo más joven que ahora, mucho antes de descubrir el mundo lanero).

Uno de los últimos días del 2011, le dije a Ángela lo siguiente: quiero que me enseñes a tejer. Fue por teléfono, así que me perdí ver cómo le brillaban los ojos de la emoción. No es que el resto del tiempo no le brillen, pero en ese preciso instante seguro que fue un brillo especialmente notorio. Pasada la sorpresa, vino la inevitable pregunta: ¿por qué quieres aprender a tejer? Debí balbucear alguna respuesta más o menos convincente que no recuerdo.

No sé muy bien por qué quiero aprender, pero después de mucho meditarlo pensé que podía ser interesante, al menos, intentarlo. Seguro que tiene su encanto eso de llevar una prenda realizada por uno mismo. Además, posiblemente nunca tenga una mejor oportunidad: mi novia es una de las más demandadas profesoras de punto y ganchillo de Granada (y parte del extranjero). Por otra parte, hace meses que soy uno de los responsables de la tienda de lanas La Maison Bisoux, de modo que no es mala idea que aprenda qué hacer con los ovillos que vendemos. Después de realizar los marcadores (¿no os parecen entrañables?), por ejemplo, no estaría de más saber para qué sirven. En fin, es del todo lógico. ¿Acaso los políticos no saben de política? Bueno, está bien, quizá no haya elegido el mejor ejemplo.

Ha llegado el momento de empezar a entender las cuestiones técnicas de las que habla Ángela en sus artículos, por qué es mejor no acercarse mucho cuando descubre un nudo en la lana o un error que le obliga a deshacer parte del proyecto, y, sobre todo, por qué cuando le digo algo mientras está tejiendo, su respuesta favorita es: “...cuatro, cinco, seis, siete...”. Que sigamos juntos a pesar de eso no deja de sorprenderme.

Esta es la primera entrega de Diario de un tejedor, una nueva sección del blog en la que yo, periódicamente, me dirigiré a vosotros para contaros mis avances y mis retrocesos, mis descubrimientos y mis errores. Será también la sección en la que aparezcan las fotos de mis primeras creaciones, algunas de las cuales espero que sean mínimamente presentables. En definitiva, trataré de plasmar todo el proceso de aprendizaje de esa técnica de la que he vivido rodeado pero de la que lo ignoro casi todo.

Quiero poder llevar algo tejido por mí, quiero poder ir a una reunión de Alhambra Knits (por alguna extraña razón, siempre me ha gustado estar rodeado de mujeres) y, para qué negarlo, quiero que la próxima vez que Ángela me diga algo importante, pueda contestarle: “...siete, ocho, nueve, diez...”.